jueves, 11 de junio de 2009

La filosofía de vida de Albert Einstein

Albert Einstein fue un científico brillante, como todos sabemos. Fue uno de los más grandes genios que la humanidad haya conocido. Pero tenía también otra faceta: un hombre más bien introvertido, poco sociable, pacifista y, como él mismo se definía, “profundamente religioso”, aunque en un sentido no tradicional que, espero, quedará claro en estas líneas: no creía en ningún Dios.
Los problemas de Einstein con la vida social quedan claros a lo largo de su vida. Estuvo casado dos veces, aunque mucho del tiempo que estuvo casado dormía en una pieza distinta de la de su mujer porque no quería distracciones que mermaran su trabajo.
Soy verdaderamente un “viajero solitario”, y nunca he pertenecido en lo más profundo de mi corazón a mi país, a mi casa, a mis amigos, o incluso a mi familia más próxima; frente a estos lazos, nunca he perdido el sentimiento de distancia y la necesidad de soledad.

Creía que todos los hombres debían ser tratados de igual manera, decía que la adoración de personas había llevado a los peores acontecimientos en la historia, guerras y sufrimiento innecesario. Esta idea lo incluía a él por supuesto, y no entendía por qué él mismo era tan admirado por otros:
Es una ironía del destino que yo mismo haya sido receptor de una excesiva admiración por parte de mis congéneres, sin haber faltas o méritos por mi parte. La causa de esto puede ser perfectamente el deseo, inalcanzable para muchos, de entender las pocas ideas que con mis débiles poderes he alcanzado después de una lucha incesante (…) Este tema me lleva al peor afloramiento de la vida del rebaño, el sistema militar, al que yo aborrezco… El heroísmo del mando, violencia sin sentido y todo el repugnante sinsentido que va junto al nombre del patriotismo -¡qué apasionadamente los odio!

Se ha dicho mucho sobre su religiosidad, algunas veces malinterpretando alguna frase suya (probablemente las dos más conocidas sean “Dios no juega a los dados” y “La ciencia sin religión es débil, la religión sin ciencia es ciega”) y otras veces deliberadamente usándolas para decir cosas falsas de él. Einstein mismo se dio cuenta de esto durante su vida y escribió:
Es, por supuesto, una mentira lo que habéis leído sobre mis convicciones religiosas, una mentira que ha sido repetida sistemáticamente. No creo en un Dios personal y nunca lo he negado sino expresado claramente […] La idea de un Dios personal me es muy ajena y hasta un poco ingenua.

Einstein usaba constantemente la palabra “Dios” para referirse al orden del mundo como él lo veía, y esto confundió a mucha gente. Hoy en día, Einstein es usado como un ejemplo de la posibilidad de reconciliar ciencia y religión, apelando quizá un poco al argumento por autoridad. No sólo es el argumento por autoridad una falacia en ciencia, sino que además la autoridad que se está usando en este caso está tomada totalmente fuera de contexto.
Por último, quiero dejar una reflexión de Einstein sobre el mundo, una reflexión que debería calar hondo en todos nosotros y ser tomada como ejemplo de filosofía de vida. Esta reflexión expresa claramente que la enorme sabiduría de Einstein no se remite sólo a las ciencias físicas (no era un experto en matemáticas), sino además a la naturaleza entera, al modo en que debe ser visto el mundo. Una visión como la suya es la que hace que surjan las preguntas más interesantes, a las que la ciencia se ha empeñado tanto en tratar de dar respuesta y que nunca deberían dejar de intrigarnos.
La experiencia más bella que puedo tener es el misterio. Es la emoción fundamental que se encuentra en la cuna del verdadero arte y la verdadera ciencia. Quien no la conozca y no se pregunte por ello, no se maraville, está como muerto, y sus ojos están oscurecidos. Fue la experiencia del misterio –aunque mezclada con temor- la que engendró la religión. Un conocimiento de algo que no podemos penetrar, nuestras percepciones de la razón más profunda y de la belleza más radiante, que sólo son accesibles a nuestra mente en sus formas más primitivas: es este conocimiento y esta emoción lo que constituye la verdadera religiosidad. En este sentido y sólo en este sentido soy un hombre profundamente religioso… Estoy satisfecho con el misterio de la vida eterna y con un conocimiento, un sentimiento, de la maravillosa estructura de la existencia –así como la del humilde intento de entender incluso una pequeña porción de la razón que se manifiesta en la naturaleza.