jueves, 12 de agosto de 2010

La religión en América Latina... y en el ser humano

¿No es suficiente contemplar la belleza de un jardín,
sin además tener que creer que existen hadas en el fondo de éste?

-Douglas Adams

Primera parte: La religión en América Latina

Según la encuesta “End of the Millenium” realizada por Gallup International[1], América Latina es uno de los subcontinentes más religiosos del mundo; de hecho, sólo queda detrás de África Occidental y a la par de Norteamérica. Esta encuesta muestra que el 96% de los latinoamericanos pertenecen a alguna denominación religiosa (aunque sólo el 35% de ellos asiste regularmente a servicios religiosos). El 64% cree que existe un dios personal (“teístas”), y un 24% cree en un dios como una fuerza o energía superior (“deístas”). Sólo el 3% de los encuestados no cree que exista algo que se pueda denominar dios.

Entre los países más religiosos de la región se cuentan Bolivia, Colombia y Ecuador, los tres con un 98% de sus habitantes declarados religiosos. El país menos religioso es Uruguay, con un 74% de personas religiosas. Fuera de este último, todos los países latinos de Sudamérica, además de México, están sobre (o alrededor de) el 95% de población religiosa. En América Central los países muestran cifras similares entre sí, y menores a las de Sudamérica: todos los países tienen entre un 83% y un 90% de personas que se declaran religiosas. La excepción es Panamá, donde un 95% de la población es religiosa[2].

En México, por ejemplo, un 62% de las personas afirma que “Dios realmente existe y no tengo dudas al respecto”[3], mientras que sólo un 3% declara no creer en (ningún) dios. Un 45% de los encuestados cree “definitivamente” en la vida después de la muerte (a lo que se suma un 28% que “probablemente” cree), un 51% cree en el cielo (más 27%) y un 48% (más 25%) en los milagros. Un 60% está de acuerdo (o “muy de acuerdo”) en que existe un dios que “se preocupa de cada ser humano personalmente”; para un 39% “la vida sólo tiene sentido porque dios existe”, y un 40% de los encuestados reza una vez al día o más.

En Perú, una encuesta de la Universidad de Lima[4] muestra que un 96% de los limeños cree en dios, mientras que un 89% profesa alguna religión (más del 99% de ellos se declara cristiano). Un 72% de las personas declara rezar una vez al día o más y un 63% lee la Biblia, pero sólo un 25% participa de actividades religiosas en su parroquia. Un 75% de las personas cree que existen los ángeles y un 77% cree en el diablo.

En Argentina, en tanto, un 91% de la población cree en Dios (además, un 4% contestó “duda / a veces”)[5]. Un 78% de los argentinos reza en casa y un 43% lee la Biblia, aunque un 71% de las personas considera que sus hijos deben elegir su propia religión o creencia—un número muy alto (y dudoso), dadas las prácticas actuales.

Como último ejemplo, un poco sobre Chile. En nuestro país, un 85% se declara religioso[6], pero un 94% “cree en Dios y no tiene duda de ello”; un 62% reconoce a dios como “tanto o más importante que mi familia”, pero un 81% dice preferir que sus hijos decidan sus creencias por su cuenta, y no tratarían de influir demasiado en ello (extraño, tomando en cuenta que a un 50% le gustaría que sus hijos asistieran a un colegio religioso—pero éste no es el tema de este ensayo). Como último dato, un 75% de los chilenos, según esta encuesta, cree en los milagros; un 69% cree en la virgen y un 61% cree en la vida después de la muerte.

Segunda parte: Los dioses como consecuencia evolutiva

Resulta sorprendente que, así como las culturas latinoamericanas, en todo el mundo las diferentes culturas muestran distintas versiones de lo que llamamos religión (o secta, para los que se sienten orgullosos de ser más—o menos). Para algunos, resulta incluso convincente. Cómo—se preguntan—puede ser que no exista nada, si todas las culturas muestran un interés e incluso culto a “fuerzas divinas”, “espíritus regidores”, y hasta a los muertos. (Esto incluye la creencia de que no han muerto del todo. La preponderante forma humanoide de los dioses, espero, no requiere mayor análisis.)

Bueno, puede. Perfectamente. Y las hipótesis abundan.

Una de las hipótesis más conocidas para explicar la proliferación de la religión (aparte de la existencia de un dios, por supuesto), es que genera una identidad de grupo. Esto sin duda es verdad; lo sabemos porque no sólo ha generado eso: también genera conflictos entre grupos de distinta identidad, y de los feos.

Sin embargo, no queda claro que sea suficiente como razón del origen de las religiones. Yo creo que puede ser una razón de su crecimiento, pero no de su origen. No, en el origen tiene que haber algo más. Después de todo, si de identidad de grupo se trata, están los países, la política, los deportes (y ni hablar de la familia). Además, la selección natural no conoce grupos, sólo individuos (pertenecer a un grupo puede ser ventajoso para el individuo, por supuesto, pero para esto, presumiblemente, ya existía la familia). Y hay más posibilidades.

Otro importante factor probablemente ha sido la “instrucción evolutiva” de siempre creer lo que dicen los padres, porque la mayoría de las veces nos mantendrán seguros hasta que podamos enfrentar el mundo solos. Situaciones de este tipo incluyen mantenerse lejos de riscos, esconderse de potenciales depredadores, no comer de la fruta venenosa y, en nuestros días, no meter los dedos en los enchufes. Esta hipótesis tiene el obvio problema de requerir que los padres ya participen de la creencia en cuestión; aunque seguramente es un elemento muy importante en la proliferación de la creencia, no lo debe haber sido en su origen.

Todavía otra posibilidad es que sea un simple “efecto colateral” de la conciencia misma, en el sentido de un yo distinto del exterior. Quizá la interiorización de este yo fue llevada más lejos de su propósito inicial (por la evolución, no por nuestros antecesores), y nuestros antepasados comenzaron a preguntarse por un yo “metafísico” o “trascendental”. Pero creo que esta explicación es poco satisfactoria, porque subestima el problema—aunque podría perfectamente ser correcta.

En cambio, mi explicación preferida se basa en lo que el historiador de la ciencia Michael Shermer llama “agenticidad”, la tendencia a asignar agentes intencionales a todos los eventos de la naturaleza. La ventaja adaptativa (es decir, la razón por la que fue favorecida por la selección natural) de esta conducta es evidente, y se puede explicar de manera muy simple. (Una teoría similar ha sido desarrollada por el filósofo Daniel Dennett, a la que él denominó “la actitud intencional”.)

(Primero, hay que tomar en cuenta que, a diferencia de lo que se ve o se escucha en muchas partes, nuestros antepasados—digamos, el antepasado común de humanos, chimpancés y bonobos, hace unos 6 o 7 millones de años—eran presas, no depredadores: debían esconderse de los grandes reptiles y de los mamíferos carnívoros.) Imaginemos un primate, antecesor de los humanos, hace mucho tiempo. Imaginemos que un día siente que el pasto (o matorrales, hojas de los árboles, etc.) se mueve. En principio, puede reaccionar de dos maneras. La primera, es reaccionar como si un depredador—un agente intencional, con la intención de...comerlo—fuera el responsable del movimiento. Entonces, presumiblemente, arrancará. La situación real (pero simplificada) presenta dos posibilidades, que haya sido un depredador o que haya sido simplemente la brisa (u otro factor similar). Si fue la brisa, entonces perdió un poco de energía al correr, pero nada más. Esta equivocación se conoce como un falso positivo. Si era un depredador, en cambio, el beneficio fue máximo: evitó convertirse en almuerzo.

Si, por el contrario, nuestro antepasado reaccionó como si la brisa hubiera provocado el movimiento, puede haber acertado, y nada pasa. Pero también puede haberse equivocado, y terminó de almuerzo. Esto se conoce como un falso negativo.

Creo que no se necesita más explicación para afirmar que la conducta favorecida por la selección natural es “siempre reacciona como si las perturbaciones a tu alrededor fueran provocadas por un agente intencional, cuyas intenciones están dirigidas a ti”. (No resulta difícil creer que una actitud condicional, donde el individuo evaluara la situación y luego reaccionara, sería más costosa, en energía y en tiempo de reacción.) Se favoreció por lo tanto una mente llena de falsos positivos, que asigna agentes intencionales, en resumen, al Universo completo.

¿Se puede?

Así que sí, es posible contemplar un jardín sin creer que hay hadas al fondo de éste; lo que no era posible es contemplar el jardín sin creer que hay depredadores—agentes intencionales, cuya intención estaba dirigida a nosotros—al fondo de éste. Eventualmente, el jardín lleno de agentes intencionales fue todo el Universo.

Y Dios fue creado a imagen y semejanza del hombre.